Dos íconos berlineses

Publicado el 3/06/2013

Hay muchas ciudades que conservan monumentos e historia rehabilitada a la vez que introducen el paso firme de lo presente y en algún resquicio se entrevé lo futuro por venir; pero, en pocas como Berlín, la fina epidermis que separa los tiempos se rompe y deja que todo se confunda y confluya en un único momento que ya no se puede sentir como presente.

 

 

Berlín es una ciudad sin tiempo, su presente no es más que la acumulación evidente de diferentes estratos del pasado y del futuro. Un paso te lleva a lo conservado; otro, a lo propuesto. Una mirada es el momento, pero también el recuerdo, un sonido, de repente, el reflejo de la Historia. El presente de Berlín es la historia de un país, y su futuro. Es la complejidad alemana.

 

 

El juego temporal queda evidente al aproximarse a la Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche en la parte que fue en su día Occidental. Al salir de la estación del metro una visión es un desafío. De los bombardeos de los Aliados durante la II Guerra Mundial sólo quedó una de las torres de la iglesia que ha sido conservada en el estado en que quedó, recuerdo evidente, a la que se ha añadido una edificación postmoderna que es metáfora constructiva de los hechos acaecidos, filtrados por el tamiz recreativo del paso del tiempo. Una especie de piel que envuelve el que fuera el contorno de la iglesia original, construida con un ladrillo de vidrio que alumbra el interior con una luz azulada. El desafío es encajar todas y cada una de las piezas y significancias de lo visto y sentido en el espacio.

 

 

Pero, por si no quedara suficientemente expuesta la decisión de convivir con todos los presentes, futuros y pasados a la vez, nos encontramos con otro icono sin tiempo: El Edificio del Reichstag, sede del parlamento federal, el Bundestag. Se acabó de construir en 1894. Aunque decir que se acabó de construir es sólo una fórmula verbal. Entonces nadie podía imaginar que acabaría siendo víctima de un incendio poco fortuito en 1933, ni que en la Batalla de Berlín acabaría siendo dañado seriamente por la derrota física y moral durante la II Guerra Mundial. En 1960 recibió una necesaria y urgente rehabilitación. Pero en los años 90 el arquitecto-estrella Norman Foster acometió la rehabilitación que le da la imagen actual. Mantuvo el aspecto original de la fachada principal; aunque proyectó una soberbia cúpula futurista desde la que se obtiene, después de recorrer una rampa doble que sube, una fantástica panorámica de Berlín. Vuela la vista por entre los distritos, por entre sus ríos, supera los grafiti del telón de acero, la Puerta de Brandemburgo,  y los frondosos verdes de parques y jardines.

 


Berlín es una ciudad mutante sin tiempo, que se comprende caminando desde la puerta de cualquier apartamento en Kreuzberg al centro antiguo de Mitte, o desde cualquier otro punto que una cualquiera de sus otros doce distritos; desde la parte occidental a la oriental, desde el pasado al futuro, para después desandarlo todo y volver a confundir cada presente contemplado.

Andar Berlín es hacer un garabato en un plano e intentar leerlo después.

Fuente: ahoratocaviajar.com

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