Publicado el 17/11/2017
A veinte años del cambio de régimen, Budapest es uno de esos lugares del mundo donde aún se puede vivir la atmósfera del comunismo. Aunque la ciudad lucha por renovarse y despegarse de ese pasado detrás de la Cortina de Hierro, las marcas urbanas están presentes en cada rincón.
Pueden ser los vagones amarillos del viejo tranvía que recorre la orilla del Danubio, los trolebuses azules que circulan por el centro de Pest, un bloque de enormes edificios monocromáticos, una placa conmemorativa de la fallida revolución de 1956, una antigua estación de subte o hasta una cabina de teléfono. El cambio trajo consigo, además, una explosión de grafitis que convierten a la Budapest poscomunista en una ciudad tatuada. Son símbolos de un pasado que busca reciclarse en un país moldeado sobre la base de una mezcla de nacionalidades, ocupaciones y guerras.
Dos o tres días alcanzan para conocer los principales atractivos turísticos de Budapest: la zona del castillo de Buda, la Ciudadela en la cima del monte Gellért, el centro de Pest, la avenida Andrássy, el Parque de la Ciudad y alguno de los baños de aguas termales (ver recuadro). Una estada mayor deja lugar a alguna escapada, por ejemplo al lago Balaton, ideal para la temporada de verano. A pasos de Viena (240 km por autopista) y de Praga (550 km), Budapest es la mejor opción para conocer una ciudad más real y no tan turística. Es ideal para visitar todo el año, aunque sus habitantes reconocen que es aún más bella en primavera.
"Hungría fue un país comunista por 43 años y 133 días", comienza la charla Gabor Nagy, guía de Freebudapest Walking Tours. Durante la visita guiada, dedicada a desentrañar símbolos del pasado, Gabor mecha información dura con anécdotas de su vida y recuerdos de aquella época. "Hay dos etapas, los años duros en los años 40 y 50, seguida por tres décadas mucho menos estrictas", agrega.
Cada rincón de Budapest -que es resultado de la unificación de Buda, Pest y Obuda, en 1873- esconde un pasado dispuesto a descubrirse. La caída del Muro también dejó su huella en la arquitectura urbana. Las fachadas revelan dos ciudades: en la planta baja la moderna y más colorida Budapest, con tiendas, bares y restaurantes, dando paso a una monocromía en tonalidades marrones y grises en los pisos superiores.
Un buen lugar para entender un poco más el pasado rojo es Memento Park, espacio único en el mundo que reúne las megaestatuas soviéticas que alguna vez habitaron las calles y avenidas húngaras. Este año, por el 20 aniversario del cambio de régimen, hay visitas guiadas especiales. En la tienda se pueden conseguir los Ushanka, clásicos gorros de piel con la estrella o publicidades de aquella época.
Incorporado a la Unión Europea en 2004, el país aún lucha por conseguir una economía fuerte, mientras la mayoría de los ciudadanos vive en un clima de nostalgia por aquella Gran Hungría. Y eso se nota en las calles: en Praga la gente festeja la caída del Muro y la Revolución de Terciopelo, pero acá no hay celebraciones similares. Según una encuesta del Pew Research Center, dos tercios de los húngaros creen que hoy están peor que durante el socialismo y no están satisfechos con la forma en que está funcionando la democracia.
Pero, a la par, son también los jóvenes los que rompen con este sentimiento dando nuevos usos y formas a antiguos edificios comunistas. Corvintet, por ejemplo, es un bar en la terraza de lo que fue una de las tiendas más populares durante el socialismo, un exponente de esta nueva tendencia de reciclaje histórico. Una vieja fachada esconde uno de los lugares de moda con una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad y música alternativa. Lo retro hoy es lo nuevo.
Más allá de cierto desánimo colectivo y quejas constantes por la corrupción política, según la última encuesta de Economist Intelligence Unit (EUI), Budapest es la mejor ciudad para vivir en Europa del Este, aun antes que sus vecinas Praga, Bratislava o Varsovia. El ranking tiene en cuenta más de treinta factores, entre los que se encuentran la estabilidad, la cobertura de salud, la cultura, el medio ambiente, la infraestructura y la educación.
En simultáneo, poco a poco Budapest va pisando más fuerte en el mundo del diseño convirtiéndose en capital de la moda en Europa central con eventos como la Semana de la Moda en abril y octubre.
"Cada vez más la gente local reconoce el valor de la creatividad en prendas y objetos. La ciudad tiene el potencial para convertirse en una capital del diseño. Las energías creativas se abrieron en los últimos años y eso se comprueba en muchas nuevas especialidades en las universidades", detalla András Varga, consultor de prensa especializado en moda y uno de los organizadores históricos de WAMP.
Otro imprescindible para los amantes del diseño, aunque ya en el circuito de las grandes marcas, es la avenida Andrássy, en Pest, que concentra las tiendas más exclusivas como Armani, Burberry, Dior, Dolce&Gabanna o Louis Vuitton, y el majestuoso edificio de la Opera de Budapest. Aquí corre una de las más pintorescas bicisendas de la ciudad, paralela a la orilla del Danubio, del lado de Buda. Aunque lejos de Amsterdam o Barcelona, Budapest es una buena ciudad para moverse en dos ruedas.
Andrássy es señalada por el parecido con la porteña Avenida de Mayo, lo mismo que la calle Alkotmány, cerca del imponente Parlamento húngaro, que fue usada como locación en la película Evita, de Alan Parker. Varias escenas fueron filmadas en una Hungría disfrazada de Buenos Aires. Si se observa con detenimiento la escena del funeral de Evita se pueden observar carteles con caracteres húngaros.
Diversos rincones urbanos se eligieron, además, para recrear espacios de Londres, Roma o París. Pero, lejos de ser una ciudad de cuento, Budapest es el lugar ideal para conocer una capital real y en constante metamorfosis. Un espacio ecléctico donde conviven el antes y el después.
Fuente: lanacion.com
Descubriendo esta asombrosa ciudad, contactanos.-
2 lugares disponibles por producto. tarifas vigentes hasta el 03/07/2025